17.8.07

Una noche en la Casa

Eran las diez y cinco de la noche del viernes y como de costumbre, Domingo estaba sentado en la puerta. No permitía que nadie entrara sin antes darle las buenas noches. Héctor Guzmán, fotoperiodista de la revista Messenger Mag, se mantenía rondando la entrada para capturar unas cuantas sonrisas y luego publicarlas.

Obras como el Platanero plátano, de Eridelvis López; Igual dirección, de Héctor Michelsen; o el Beso, de Eva Spelleken adornaban el ambiente inmediato después de la puerta de acceso a la vieja casa colonial: un salón de exposición. A mano izquierda otra puerta, la oficina, pero esta vez repleta de afiches y calendarios de actividades, y más adelante una videoteca ya cerrada.

En el café-bar no había más luz que el reflejo de un letrero de Presidente. La primera mesa la ocupaba una pareja que bebía cerveza, en la segunda un señor canoso coqueteaba con un par de colegialas y en la última mesa del fondo la diseñadora de modas Belkola, su vodka sour y un acompañante. Lino, uno de los meseros, decía pensando en voz alta: “¡Para ser un viernes a las 10 y once de la noche, está un poco flojo si…pero ahorita en dos segundos se llena!”.

Veinte minutos más tarde, todavía la mayoría de las sillas estaban vacías. Tomando la escalera en caracol hacia al segundo nivel se encontraba sólo una mesa ocupada. Estaba Lissa, que dejaba caer las cenizas de su cigarrillo en el cenicero de aluminio, y Vanessa, que ordenaba dos servicios de croquetas y vodka con jugo de naranja. “¡Si esperamos al cubano con la barriga vacía se pone fea la cosa!”, decían.

Los abanicos refrescaban el entorno, sin embargo el calor no era el problema. A las once y cinco de la noche habían ya tres o cuatros mesas más ocupadas, pero el escenario seguía vacío. El turno le correspondía al cubano Zaid Carbonell y desde las nueve todos lo esperaban. Mientras, se escuchaba canciones de Diego Torres y Cristian Castro, con una piña colada en mano, admiraba un antiguo dispensador de gasolina rojo colocado a la izquierda de la tarima.

A las once y veintisiete, ¡por fin llegó el cubano! Vestido en lino blanco y guitarra en mano, acomodó sus cosas y ordenó una botella de agua. Se acercó al escenario y la Canción del elegido de Silvio Rodríguez inició la presentación. Habían pasado treinta y cinco minutos después de las once y toda Casa de Teatro tarareaba “Lía con tus brazos un nudo de dos lazos, que me ate a tu pecho amor”.

Luego, Carbonell confesó que no entendía nada de esta vida y como Francisco Céspedes invitó al público a que gritaran todos juntos en contra “de esta vida loca, loca, loca”. Ojalá, Óleo de una mujer con sombrero y Yolanda fueron las siguientes. Pese al disgusto que provocó un joven que no dejaba de fumar tabaco, los asistentes parecían divertirse.

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Colaboración

Publicado por Laura Perdomo Puello

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